viernes, 23 de noviembre de 2012

Noviembre en San Martín



Antes de viajar a San Martín de los Andes, pensaba encabezar esta nota así:
“Si las ciudades tienen una esencia, la de San Martín es la tranquilidad. Cada rincón destila paz…”.
Sin embargo, después de volver, mi opinión ha cambiado un poco. Está bien, no es aún esa ciudad bastante movida de montaña que constituye Bariloche, pero tampoco es el paraíso de calma que me pareció hace ocho años atrás, la última vez que había ido.
Esta vez, se escuchaban sirenas, me contaron de robos reiterados a viviendas. Además, siendo este mes (temporada baja en turismo por acá) había bastante movimiento en las calles, por la mañana y a la tarde.  Eso sí, si alguien quiere una fiebre de sábado por la noche con boliches, calles atestadas de noctámbulos y demás, no la va a encontrar. En eso, San Martín sigue conservando aires pueblerinos.
Una de las cosas hermosas en esta época del año  son las flores. Creo que hasta el más reacio a la naturaleza, quedará seducido por la brillantez de sus colores en esta localidad. Rosas de toda especie, unas flores violetas, otras blancas; retamas  que explotan cual fuegos artificiales sobre las laderas. Lo que en otros lados cuesta prender, acá crece como yuyo. 


La gastronomía es otro punto destacable. Hay pocos lugares, pero buenos. Cada desayuno, helado, factura, bizcochito y comida que tomé, era muy recomendable.
No encontré quién hiciera delivery, y un día casi entero no hubo electricidad porque la empresa eléctrica hacía tareas de mantenimiento. Noviembre en San Martín…

Alguien se robó un azul metalizado de algún auto... (el lago Lácar)


domingo, 12 de agosto de 2012

Mendoza


Lo primero que una recuerda cuando piensa en esa ciudad son los árboles. Altos como en ningún otro lado, abrazan tus recorridos como un amigo. También vienen a la mente los canales al costado de las calles (vacíos ahora en invierno) y las montañas al fondo, cual símbolo de estabilidad.



Los fríos no son tan duros (de hecho, con el sol de frente, es necesario poner el aire acondicionado en el viaje de ida).
Lugares para visitar estando en Mendoza: la plaza Independencia y la peatonal, las termas de Cacheuta, el paso del Cristo Redentor, Villavicencio, Chacras de Coria, el parque San Martín y el Cerro de la Gloria, y por supuesto, una bodega (para algunas hace falta reservar). De noche, la calle Arístides (que en realidad la encontrarán con el nombre de A. Villanueva en los carteles, pero los mendocinos la llaman de aquella forma), los boliches al final de la San Martín y yendo a Chacras. Después de las 8, cuando ya anochece, no conviene circular por la peatonal, se vuelve peligroso.
De souvenir, algún (o algunos) vino que no se consigue en el supermercado de tu localidad, y aceite de oliva, que también tiene otro precio acá (más barato).
Por último, algo para decir de las rutas que atravesamos: en Río Negro encontrarán muchos puestos policiales, pero pocos los detienen. En La Pampa casi no hay, aunque un dato curioso es que carteles a la vera piden "Por favor, no molestar a los otros automovilistas". Y en la provincia de Mendoza todos los policías paran a los que andan en auto o en moto. Las barreras sanitarias, especie de aduanas dentro del propio país, no dejan pasar ciertos productos (a tener en cuenta) y cobran por la inspección

viernes, 29 de junio de 2012

Al ir (Bariloche I)


Salimos de noche, parece una ida acá nomás, a Neuquén. En los alrededores, los vehículos oficiales del petróleo, las camionetas, pululan. Pasamos un motociclista vestido con el mismo equipo naranja que usan los habitantes en la Antártida.
El rosa femenino de la luz de la mañana. El celeste bebé que pinta el cielo después. 
Veo un santuario de la Virgen y al lado uno del gauchito gil, como ese kiosco que se puso junto a otro para competir. Con el correr de los kilómetros, se verá que el santo moderno pagano sin canonización, gana claramente. 






Está el mate y la amplitud de la ruta que se me aparecía en mis sueños: el sumun. Esos yuyos que parecen pirinchos bien pajosos. Las lomas todavía suaves le darán onda a la estepa de la Patagonia que en la cercanía con La Pampa, por ejemplo, hace tan tedioso un viaje en auto. 

Las mesetas, más altas, se vuelven amarillas. 
Y llega la parte de Confluencia. Sus montañas rocosas amplificadas, protectoras. Por ahí me viene el recuerdo de una foto de Alaska. ¿Qué son esas coronas rojizas?. Ah, plantas de rosa mosqueta. No recuerdo haberlas visto tanto en esta parte, en otros años. Tal vez hacía mucho que no venía al principio del invierno. Villa Llanquín también está grande; si sigue así se convertirá en pueblo. Unos hilos de agua que vienen de lo alto circulan tranquilamente al costado de la ruta, a la izquierda nos sigue el pariente más grande que es el río Limay. La generosidad de los colores. 
Como frutilla del postre, un arco iris que va a parar a una cordillera nevada forma una línea para que Bariloche nos de la bienvenida.
Me doy cuenta que tengo una sonrisa petrificada en mi cara.
Lo inamovible de la vida siempre es más aceptable cuando se viaja.

Ahí (Bariloche II)


Siempre es un gusto verte. 
El Nahuel Huapi nos recibe con unas olas de mar. Se ven los primeros perros de frío, con su espeso pelaje, uno de los ejemplos mas emblemáticos de la adaptación al medio ambiente (la misma raza que en Roca tiene un centímetro de pelo, acá tiene cinco). Unos mochileros hacen malabares, literalmente, para que los levanten. Qué grande está el INVAP. Las casas mirando orgullosas desde la nariz de su tejado hacia el lago. 
Buscamos un lugar barato y bueno para comer. 
Después a la cabaña. Hay lluvia, por momentos contundente, como presagio de nieve, pero no importa. Se escuchan los coches que pasan por la avenida Bustillo, pero no importa. Me doy cuenta que esta vez el cielo está diferente al de la última que vine: se han ido las malditas cenizas.
Como eso de venir a desenchufarse totalmente no va, prendo la tele. El regreso de River a Primera A.
A la noche, la contradicción entre el sonido del arroyo que baja a full y el boliche televisivo del nuevo show de Ricardo Fort en la tele. Se escucha una ambulancia, qué raro acá. Pero es lógico, Bariloche no solamente es una de las ciudades mas turísticas del país, sino también la más poblada de la provincia de Río Negro.






Día 2: La noche ha corrido todas las nubes. Caminata vigorizante por la orilla del lago. A la tarde el recorrido hacia el lago Mascardi nos hace atravesar la otra cara de Bariloche, la real, la que no es de ensueño. Igual, esas casitas derruidas qué lindas se ven contra las altas montañas nevadas de atrás. 
A la hora de dormir, el arroyo me arrulla.
Día 3: El ruido del arroyo pierde con el de los autos de lunes que pasan. Amanece bien de a poquito. Los bonitos cerros se van dejando ver. Me puedo malacostumbrar a esta vista desacostumbrada. Y Wimbledon corta con toda la paz cordillerana de la mañana (la luz del televisor es muy poderosa). 






Basta con voltear dos centímetros la cabeza para encontrarme con el remanso del paisaje, su consuelo infalible, frente a la rabia que provocan las noticias (he prendido mi compu, no lo pude evitar).
Salimos otra vez a caminar. No es lo mismo sentir una ciudad en auto que a pie, y lo dice una fanática del primero. Hay superpoblación de arroyitos en el camino. El sol desalienta rápidamente al hielo. Su calorcito en la cara en invierno es una rara joya. Llegamos al centro. Me encanta andar vestida de turista y que se me note: gorro, bufanda y campera inflada; hasta que los vendedores de la calle Mitre, que olfatean visitantes y los atosigan, me hacen cambiar de idea. Volvemos por la costanera. Descubro los edificios tipo de gran ciudad que hay allí y que la plaza clásica del turismo se llama Italia. La superficie plateada del lago me tiene fascinada. Así la vuelta se hace más corta, será que acá el optimismo aflora y las piernas se hacen más fuertes.




Al volver (Bariloche III)



El último recorrido es el clásico Circuito Chico. Ahí está el hotel Llao Llao cuya imagen imponente nunca caduca, a pesar de los años que pasan y los nuevos hoteles que se hacen en el mundo entero. Y el verde del costado de la ruta que llena.






Me llevo un gorrito de lana que me compré acá, infaltable por estos lares como los souvenirs de chocolate. La imagen de montones de brasileros que han invadido otra vez la ciudad, pero no se los ve alegres, mas bien malhumorados (nos visitan los más estresados o nos mandaron unos truchos). El recuerdo de los chinchulines crocantes que comí en una buena parrilla. El misterio siempre resucitado de por qué en el tronco uno se pone diez kilos de ropa y en las piernas con sólo un bucito alcanza. La buena predisposición del barilochense. La confirmación de éste de que acá también hay tensiones y, parece mentira, en el paraíso también se muere la gente. La influencia positiva. 






A la vuelta en la ruta 237 el río Limay está ahí para escoltarnos, hasta que las manos del hombre a través de las represas lo empiezan a mutilar. El atardecer es apropiado con la idea de fin de este viaje. Ya en Neuquén volverán las protestas dentro del auto contra los ideólogos de esa especie de autopista, pero llena de semáforos (quién no ha dicho alguna vez al atravesarla, que "se tarda mas ahí que en el resto del trayecto").
Agradecida por este, habrá que esperar hasta el próximo viaje. 
O...Siempre nos quedará Bariloche.





sábado, 31 de marzo de 2012

En tercera persona: de las postas coloniales al amontonamiento moderno


Esta vez no viajé. Y creo que no voy a viajar por un buen tiempo. Pero contaré un recorrido que hizo una pareja amiga la semana pasada.

Salieron en auto a la mañana de Roca, como siempre que viajaban. El cansancio terminó por ganarle la batalla esa tarde al conductor, y pararon en Mercedes.  Ya estaban en Córdoba, el punto elegido para revivir algo de lo que fue el Camino Real hace 500 años. En esta vía que llegaba hasta Perú había “postas”, lugares donde quienes hacían el recorrido hasta allá arriba podían parar a dormir.
Las postas: era el objetivo de estos viajeros del siglo XXI. Conocerlas a todas en esa provincia. Pero la parte femenina de esta pareja se cansó. Y como bien dijo él mientras contaba sus peripecias ya de regreso: “es para los que les gusta la historia”.
Asique se desviaron hacia el este y llegaron a Luján, provincia de Buenos Aires. Lo religioso era mas afin a ella. Y también había un museo “deslumbrante”, para él. De todas formas, lo más impresionante para ambos estaba por suceder.
Se les ocurrió ir en colectivo hasta la capital (en auto es mucho despelote, dijeron, bah dijeron otra palabra, pero no está bueno decirla acá).  Hasta ahí todo bien: qué lindo Florida, el ritmo siempre hipnotizante de la gran ciudad. Y a la vuelta, a la vuelta…quisieron tomar el tren hasta Luján.  Ya en el andén, una gran masa humana esperaba el arribo. Cuando llegó la formación, otro gran grupo quiso bajar de ella. Y fue así que se vieron transportados en el aire, tipo recital multitudinario, en medio de una marea que los depositó en algún vagón. Juntos eso sí. Allí, iban apretados a mas no poder y había gente que aún empujaba para poder entrar. “Señora, córrase un poco, porque ahí la van a aplastar”, se apiadó un avezado niño de la mujer, que agarraba su cartera con todas sus fuerzas. Entonces lo decidieron: como si se les fuera la vida empujaron para salir rápido. Luego tomaron el micro de regreso (les salía unos 10 pesos, contra 1,30 del tren).  
En el recuerdo, el análisis y el relato de lo sucedido comprendieron Once, TBA, los subsidios, los 51 muertos y a los porteños.

domingo, 22 de enero de 2012

Villa La Angostura en estos días


“Hay 2 o 3 días sin cenizas y uno se ilusiona que todo va a mejorar, pero entonces vuelve a aparecer y te das cuenta que esto va a seguir así por años”. “No sé cuánto más voy a aguantar”.
Las frases escuchadas mientras se conversaba con un dueño de cabañas en Villa la Angostura podría resumir el espíritu por estos días de sus habitantes.
Ellos sienten que la villa ya no es como era . Sin embargo,  para alguien que la visitó en la actualidad no es para tanto. Es más, recomendaría a los foráneos que aprovechen los precios que tienen alojamientos y algunos lugares para comer, porque vale la pena.  La mayor parte del tiempo la ceniza sólo se ve como una pequeña bruma sobre sus paisajes.  Al fin y al cabo, si damos vuelta la popular frase: “mona vestida de seda,  mona queda”,  se podría decir que “lugar bello cubierto con ceniza lugar bello es igual”. Y La Angostura, quién lo puede negar, es uno de los lugares más lindos de la cordillera.
Esto en cuanto a lo estético. Porque otra de las postales que se me quedaron grabadas fue la de una vaca intentando tomar agua en un lago cubierto de piedra pómez, casi en el límite con Chile. Y una no puede evitar pensar en los productores y si lo están sufriendo tanto o más que los que invirtieron en grandes complejos turísticos en La Angostura.

PD: El bonus de este viaje fue un medio día en Bariloche. Al llegar allí, otra imagen queda en la retina: la de una hamaca con vista privilegiada del Nahuel Huapi, pero vacía y con el piso blanco, casi como el resto de las montañas de alrededor.