viernes, 29 de junio de 2012

Ahí (Bariloche II)


Siempre es un gusto verte. 
El Nahuel Huapi nos recibe con unas olas de mar. Se ven los primeros perros de frío, con su espeso pelaje, uno de los ejemplos mas emblemáticos de la adaptación al medio ambiente (la misma raza que en Roca tiene un centímetro de pelo, acá tiene cinco). Unos mochileros hacen malabares, literalmente, para que los levanten. Qué grande está el INVAP. Las casas mirando orgullosas desde la nariz de su tejado hacia el lago. 
Buscamos un lugar barato y bueno para comer. 
Después a la cabaña. Hay lluvia, por momentos contundente, como presagio de nieve, pero no importa. Se escuchan los coches que pasan por la avenida Bustillo, pero no importa. Me doy cuenta que esta vez el cielo está diferente al de la última que vine: se han ido las malditas cenizas.
Como eso de venir a desenchufarse totalmente no va, prendo la tele. El regreso de River a Primera A.
A la noche, la contradicción entre el sonido del arroyo que baja a full y el boliche televisivo del nuevo show de Ricardo Fort en la tele. Se escucha una ambulancia, qué raro acá. Pero es lógico, Bariloche no solamente es una de las ciudades mas turísticas del país, sino también la más poblada de la provincia de Río Negro.






Día 2: La noche ha corrido todas las nubes. Caminata vigorizante por la orilla del lago. A la tarde el recorrido hacia el lago Mascardi nos hace atravesar la otra cara de Bariloche, la real, la que no es de ensueño. Igual, esas casitas derruidas qué lindas se ven contra las altas montañas nevadas de atrás. 
A la hora de dormir, el arroyo me arrulla.
Día 3: El ruido del arroyo pierde con el de los autos de lunes que pasan. Amanece bien de a poquito. Los bonitos cerros se van dejando ver. Me puedo malacostumbrar a esta vista desacostumbrada. Y Wimbledon corta con toda la paz cordillerana de la mañana (la luz del televisor es muy poderosa). 






Basta con voltear dos centímetros la cabeza para encontrarme con el remanso del paisaje, su consuelo infalible, frente a la rabia que provocan las noticias (he prendido mi compu, no lo pude evitar).
Salimos otra vez a caminar. No es lo mismo sentir una ciudad en auto que a pie, y lo dice una fanática del primero. Hay superpoblación de arroyitos en el camino. El sol desalienta rápidamente al hielo. Su calorcito en la cara en invierno es una rara joya. Llegamos al centro. Me encanta andar vestida de turista y que se me note: gorro, bufanda y campera inflada; hasta que los vendedores de la calle Mitre, que olfatean visitantes y los atosigan, me hacen cambiar de idea. Volvemos por la costanera. Descubro los edificios tipo de gran ciudad que hay allí y que la plaza clásica del turismo se llama Italia. La superficie plateada del lago me tiene fascinada. Así la vuelta se hace más corta, será que acá el optimismo aflora y las piernas se hacen más fuertes.




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