jueves, 21 de marzo de 2013

Las Grutas en marzo

Muchos jubilados, algunas familias, pocos jóvenes. Pero qué importa eso si se va a Las Grutas en marzo con un grupo de amigos. 
La mayoría de los comercios ya tienen las persianas cerradas o directamente desalojaron los locales, hasta la próxima temporada de verano cuando se quiera poner otro negocio y ganar, a toda costa, lo máximo en un mes o tres. Porque aunque ya no es temporada alta, en marzo los precios en comida y alojamiento bajan casi nada. Las pocas opciones en materia económica: asignatura pendiente para este balneario de la provincia de Río Negro (ah, y mas excelencia hotelera y gastronómica)
Nunca había visto tantos perros callejeros en el pueblo; otro problema que se reflejó mas de una vez en los medios locales. Pero allí están ellos: felices, salvajes, en busca de alguna mirada que los adopte y una caricia que sea para siempre. La desilusión ya se les ha hecho carne.
Los vaivenes de la marea roban y regalan playa a su antojo, contra las grutas.  Hay que consultar los horarios de baja y pleamar para no planear una caminata o estadía en la arena y quedarse con las ganas.
Luego la paz, el paisaje bellamente tranquilo, calles apeteciblemente desiertas te dejan un buen sabor y ganas de volver.



martes, 22 de enero de 2013

Vacaciones 2013

Las bellas flores del campo dejaron lugar a las coquetas rosas de la ciudad (gigantes). 
Carteles de "No hay lugar" en la fachada de los alojamientos, y todos los restaurantes colmados, cual pequeña Mar del Plata.
Cuando una enfila a la cabaña tranquila que quiso alquilar piensa: "todo bien con vivir en el bosque, pero de día" (a propósito de la fantasía a veces presente de venirse a vivir a Bariloche)". A no ser que te acostumbres a la incertidumbre de las noches negras...
Dicen que la paz interior sobreviene después de tres días de vacaciones. Parece verdad, porque así pasa. 
Vuela rápido la semana.
Llega el momento de irse.
Viajar en auto, de acompañante, debe ser una de las cosas que mas me gusta hacer en la vida. Hay tránsito, mucho (los autos parecen hormigas detrás de un camión en una subida), (va para la cordillera mas gente que la que viene). Y mucha agua en el Limay, casi sobre la banquina. 
El baño de la confluencia mejor evitarlo: un clásico de la suciedad. 
El puesto de control para a mujeres y autos pobres: así no vamos a frenar muchos delitos ni accidentes, muchachos. 
Al llegar me espera mi vista de caños, rosal, damasco desmadrado y muebles del vecino en la entrada; sino sería un lugar ideal. Y bueno, para eso son las vacaciones: para vislumbrar un rato el Cielo.




viernes, 23 de noviembre de 2012

Noviembre en San Martín



Antes de viajar a San Martín de los Andes, pensaba encabezar esta nota así:
“Si las ciudades tienen una esencia, la de San Martín es la tranquilidad. Cada rincón destila paz…”.
Sin embargo, después de volver, mi opinión ha cambiado un poco. Está bien, no es aún esa ciudad bastante movida de montaña que constituye Bariloche, pero tampoco es el paraíso de calma que me pareció hace ocho años atrás, la última vez que había ido.
Esta vez, se escuchaban sirenas, me contaron de robos reiterados a viviendas. Además, siendo este mes (temporada baja en turismo por acá) había bastante movimiento en las calles, por la mañana y a la tarde.  Eso sí, si alguien quiere una fiebre de sábado por la noche con boliches, calles atestadas de noctámbulos y demás, no la va a encontrar. En eso, San Martín sigue conservando aires pueblerinos.
Una de las cosas hermosas en esta época del año  son las flores. Creo que hasta el más reacio a la naturaleza, quedará seducido por la brillantez de sus colores en esta localidad. Rosas de toda especie, unas flores violetas, otras blancas; retamas  que explotan cual fuegos artificiales sobre las laderas. Lo que en otros lados cuesta prender, acá crece como yuyo. 


La gastronomía es otro punto destacable. Hay pocos lugares, pero buenos. Cada desayuno, helado, factura, bizcochito y comida que tomé, era muy recomendable.
No encontré quién hiciera delivery, y un día casi entero no hubo electricidad porque la empresa eléctrica hacía tareas de mantenimiento. Noviembre en San Martín…

Alguien se robó un azul metalizado de algún auto... (el lago Lácar)


domingo, 12 de agosto de 2012

Mendoza


Lo primero que una recuerda cuando piensa en esa ciudad son los árboles. Altos como en ningún otro lado, abrazan tus recorridos como un amigo. También vienen a la mente los canales al costado de las calles (vacíos ahora en invierno) y las montañas al fondo, cual símbolo de estabilidad.



Los fríos no son tan duros (de hecho, con el sol de frente, es necesario poner el aire acondicionado en el viaje de ida).
Lugares para visitar estando en Mendoza: la plaza Independencia y la peatonal, las termas de Cacheuta, el paso del Cristo Redentor, Villavicencio, Chacras de Coria, el parque San Martín y el Cerro de la Gloria, y por supuesto, una bodega (para algunas hace falta reservar). De noche, la calle Arístides (que en realidad la encontrarán con el nombre de A. Villanueva en los carteles, pero los mendocinos la llaman de aquella forma), los boliches al final de la San Martín y yendo a Chacras. Después de las 8, cuando ya anochece, no conviene circular por la peatonal, se vuelve peligroso.
De souvenir, algún (o algunos) vino que no se consigue en el supermercado de tu localidad, y aceite de oliva, que también tiene otro precio acá (más barato).
Por último, algo para decir de las rutas que atravesamos: en Río Negro encontrarán muchos puestos policiales, pero pocos los detienen. En La Pampa casi no hay, aunque un dato curioso es que carteles a la vera piden "Por favor, no molestar a los otros automovilistas". Y en la provincia de Mendoza todos los policías paran a los que andan en auto o en moto. Las barreras sanitarias, especie de aduanas dentro del propio país, no dejan pasar ciertos productos (a tener en cuenta) y cobran por la inspección

viernes, 29 de junio de 2012

Al ir (Bariloche I)


Salimos de noche, parece una ida acá nomás, a Neuquén. En los alrededores, los vehículos oficiales del petróleo, las camionetas, pululan. Pasamos un motociclista vestido con el mismo equipo naranja que usan los habitantes en la Antártida.
El rosa femenino de la luz de la mañana. El celeste bebé que pinta el cielo después. 
Veo un santuario de la Virgen y al lado uno del gauchito gil, como ese kiosco que se puso junto a otro para competir. Con el correr de los kilómetros, se verá que el santo moderno pagano sin canonización, gana claramente. 






Está el mate y la amplitud de la ruta que se me aparecía en mis sueños: el sumun. Esos yuyos que parecen pirinchos bien pajosos. Las lomas todavía suaves le darán onda a la estepa de la Patagonia que en la cercanía con La Pampa, por ejemplo, hace tan tedioso un viaje en auto. 

Las mesetas, más altas, se vuelven amarillas. 
Y llega la parte de Confluencia. Sus montañas rocosas amplificadas, protectoras. Por ahí me viene el recuerdo de una foto de Alaska. ¿Qué son esas coronas rojizas?. Ah, plantas de rosa mosqueta. No recuerdo haberlas visto tanto en esta parte, en otros años. Tal vez hacía mucho que no venía al principio del invierno. Villa Llanquín también está grande; si sigue así se convertirá en pueblo. Unos hilos de agua que vienen de lo alto circulan tranquilamente al costado de la ruta, a la izquierda nos sigue el pariente más grande que es el río Limay. La generosidad de los colores. 
Como frutilla del postre, un arco iris que va a parar a una cordillera nevada forma una línea para que Bariloche nos de la bienvenida.
Me doy cuenta que tengo una sonrisa petrificada en mi cara.
Lo inamovible de la vida siempre es más aceptable cuando se viaja.